
Entre unas cosas y otras, debo llevar unos treinta años largos en esta ciudad, el mismo tiempo que llevo en el barrio.
Hace unos días oí en la radio que en varias zonas del mismo, en los cables de los tendidos eléctricos habían aparecido unas zapatillas de deporte colgadas y que eso era una de las formas con las que las pandillas acotan el territorio.
El viernes pasado un anciano de setenta y cinco años salió a pasear, en mi barrio, al lado de mi casa, frente al colegio,y encontró a un grupo de muchachos haciendo algo el gamberro.
De pronto, dos de los muchachos se desabrochan la cremallera del pantalon, tantean el calzoncillo, alcanzan su objetivo y se disponen a orinar en plena calle.
El anciano, exguardia municpal, les recrimina su incivica acción.
Los chavales le empujan, le pegan, le insultan, lo tiran al suelo.
Un viandante llama a la policia, identifican a los agresores, dos menores y dos de dieciocho y diecinueve años.
El martes juicio rápido, sentencia, los menores bajo custodia de sus padres y a los mayores catorce meses de prisión, pero como no tienen antecedentes, pues nada.
Indignación popular ante la impunidad.
Nunca una acción incivica y mucho menos, una agresión, debe permenecer impune.
La ley debe preservar los principios de inocencia y de reinserción, pero debe tener recursos legislados para aplicarlos.
El delincuente social debe resarcir su deuda de incivismo en el contexto en el que agrede
¿que tal ir durante cuatro o cinco meses a dar de cenar a ancianos desahuciados? ¿a pasearlos ? ¿a leer a enfermos o ancianos?.
Es cuestión de sentido común, ese que encontramos tan vulgar que no lo practicamos.
Algunos cambios no son buenos, deberiamos estar atentos.

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